«En los Cielos no hay misterios, a pesar que los hombres se hicieron ciegos, porque en la Tierra anidó el olvido.
Entonces los Ángeles amaron porque siempre conocieron al Sol y en él a la eternidad.»
El Guerrero del Sol estaba de pie mirando hacia el Cielo, contemplando el brillo de las estrellas con los ojos del alma, allí en el Viejo Árbol, donde la Tierra llamó al Cielo, donde el Cielo y la Tierra se unieron, donde lo terreno se hizo divino, donde las memorias de los leales a la Luz danzan con el canto del alma.
El Ángel apareció acompañado de los Guerreros del Cielo, «Honor y lealtad» fue el saludo mutuo. Sin preámbulos ni explicaciones el Guerrero tomó al Ángel y rodeado de los suyos viajaron hacia el recinto de los Guerreros de antaño.
Otra vez la casa de piedra, pero esta vez no se la veía triste ni consumida por las llamas, se sentía en ella vida y un espíritu de grandeza. Alrededor todo era verde y luminoso como la primavera en los bosques, cuando el Viejo León reinaba en sus tierras. Olor a roble y cedro, el dulce aroma de flores silvestres, pétalos blancos y verdes hojas, que viajaban sueltos y juntos sobre el viento, señalando la presencia de espíritus mágicos.
Las voces entre los hombres de la Luz eran respondidas desde la casa. Al llegar a los arcos del patio principal, el Hijo del Cielo con una señal invitó al Ángel a la gran morada y en su interior la labor de los que allí estaban se detuvo. Todo se encontraba intacto, el polvoriento olvido había desaparecido, mientras que los tapices elegantes y coloridos hablaban de la historia del gran salón. La mesa del plenilunio, donde el Rey caudillo con sus Guerreros prometieron luchar hasta la luz, brillaba con el resplandor del sol.
Dos escudos de bronce adornaban la pared que mediaba entre las escaleras de piedra. En uno la imagen de un león rampante y en otra un dragón volando. En ambos un sol señalando la divinidad y un árbol recordando la magia de la Tierra.
El que viaja en el amanecer, tomó el lugar del Rey en la mesa y tomando la mano del Ángel preguntó:
-¿Por qué no dices nada? ¿No recuerdas nuestra última visita a este recinto?
-Lo recuerdo -dijo el Ángel aún de pie- pero todo está dicho. -y agregó- de la luz sólo la Luz, ése fue tu deseo, Bar Elohim.
Los que caminan con el Sol como los que estaban esperando en el salón, se unieron en una sola luz como señal de un gran acontecimiento. El Ángel miró al Guerrero Valihael, como pidiendo consejo, pues sentía el deseo del Sol. Entonces fue que el Señor de las Guerras sentenció serio y sin prisa:
-Honor y lealtad, Ángel, los de la Luz sólo entregamos luz.
El Ángel tomó asiento al lado del Guerrero del Sol e inclinando la cabeza sobre su hombro, preguntó:
-Dime, Amor del Padre, ¿Qué deseas que relate?
El Viajero Solar hizo brillar sus ojos y con la voz del espíritu pidió:
-Cuéntanos, Ángel, qué ocurrió aquí, en este salón, después que Vehael entregara su alma a su Padre.
El Ángel cerró los ojos como si no quisiera ver, sin embargo, con la voz clara y llena de todo el amor que podía entregar, les habló a todos los Guerreros.
-El Padre pronunció: «Shema pe qolí, sov el ajar ái» y en silencio, el que fuera Niño Luz, obedeció con amor.
Amor eterno, por esa hora en que ha sufrido las más grandes amarguras y las angustias más extremas; porque los sufrimientos más agudos afectaron duramente a su alma y atravesaron cruelmente su sagrado corazón.
Finalmente, su corazón no aguantó más y estalló entregando así su espíritu. Entonces el Hijo se puso humildemente en manos de su Padre, y su cuerpo conoció el frío de la muerte.
Bendito sea, honor eterno y fidelidad absoluta porque ha enviado el espíritu al corazón de sus amados y ha hecho crecer en ellos el amor infinito de Dios Padre, pues al siguiente plenilunio de su partida se presentó frente a los que no lo amaron, quienes reunidos deseaban cambiar lo ocurrido sin encontrar solución.
-«¿Por qué sienten temor? Les devuelvo la paz que abandonaron.» Fue el saludo amoroso del que llamaron hermano, y tocando el hombro de cada uno les recordó cuales fueron sus resoluciones y promesas. Les recordó que él les habló de cuánto vendría y con más amor que nunca, les dio este mensaje:
-«El amor no concluye, el amor es para siempre, porque la fuente del amor es eterna, así como lo es mi espíritu, el que debió regresar. Fueron amados en todos los tiempos, y gracias a este amor que se les tuvo y se les tiene, será menester saber valorar nuestra próxima reunión.
Mi labor aún no concluye, pues vendré a vosotros como a la humanidad en tiempos inesperados a cosechar las semillas que sembré en vuestros corazones. Estaremos juntos y uniremos nuestros senderos cuando el tiempo deje de ser y los portales sean abiertos una vez más. El amor les enseñará a amar y a obrar todo lo que no ejecutaron en esta vida, porque para brillar el amor es primordial. El Día de la Luz se ha iniciado, y vosotros son parte de él.
Pidieron luz, y la Luz enviada por vuestro Padre caminó junto a vosotros, pidieron amor y se les amó sin condiciones, ahora la fe será vuestra compañera y quien guiará vuestros futuros viajes. Cuando nos reunamos en el mañana, les ayudaré a recordar y soñarán con la luz que sembré en vosotros, mas ya no será tiempo de siembra, será tiempo de cosecha.
Ángeles y Guerreros caminarán con vosotros para que sientan mi presencia aunque prosigan ciegos y no deseen ver más allá que vuestras propias sendas. Ustedes son míos y no los dejaré ir sin iluminar vuestras vidas.»
El silencio lastimaba los corazones, la Luz ocultaba las lágrimas y sólo una voz se alzó:
-¿Cuál será nuestro castigo? Si estás aquí, entonces era verdad lo que decías de ti. ¿Ahora qué haremos?
Vehael abrazó al ser que levantó la voz y con un susurro le dijo al oído:
-Si crees que hay castigos, entonces no escuchaste nada de lo que te enseñé, cuando nos volvamos a encontrar me amarás y todos seremos uno en el amor.
En un estallido de Luz, se desvaneció la imagen del Guerrero, a pesar que todos sintieron el deseo de llamarlo, mas el alma les decía que sólo el tiempo les traería una respuesta.
Al terminar el relato, el Guerrero del Sol, le preguntó con seriedad al Ángel:
-¿Por qué estás triste? ¿No recuerdas que aquello fue pero no será?
Y sin abrir los ojos, el Ángel se puso de pie, puso ambas manos en el corazón y le dijo al Guerrero con mucha paz:
«Damos gracias por el amor perdurable.
Porque ese amor nos libera de la angustia y del miedo mortal.
Nada puede dañarnos, porque somos luz.
El Padre de los Cielos es nuestra fuerza y nuestro canto.
La victoria y nuestro júbilo le pertenecen.
Regocijémonos y alegrémonos en él
pues sus Guerreros del Cielo
acompañan al Sol de Soles
cumpliendo la eterna promesa de ser uno en el amor.»
Cuando el Ángel calló abrió los ojos, mientras que el Guerrero disimulaba una sonrisa diciendo con paciencia:
-Aún no respondes, ¿por qué estás triste?
-Es que sentí dolor al ver el amor no correspondido. -dijo rendido el Ángel.
El Guerrero del Sol se puso de pie y gritó a los que estaban rodeándoles en la luz:
-¡Hombres poderosos de Vehael, a una sola voz!
Al instante todos los Guerreros del Cielo fueron reunidos estableciéndose alrededor de la gran mesa de piedra, las viejas antorchas cobraron vida y al unísono golpeando sus espadas en los pisos se les escuchó decir: -¡Hasta la Luz!
Y en la luz una voz grave y amada exclamó:
-Repetidlo diez veces. -y diez veces se repitió.
Mientras las voces emocionadas y llenas de amor proclamaban la luz, el Amor del Padre, miró al Ángel y le dijo:
-Éstos son los míos, implacables en el amor, honorables en sus corazones y leales en sus espíritus. Ninguno de ellos conoce la oscuridad porque todos conmigo forman desde antaño parte de la Luz. Éstos son los Guerreros del Sebaot.
Ven conmigo, Ángel, no estés triste, porque la Luz ya venció a la oscuridad.
Cosecharemos el amor sembrado, pues yo les hablaré del Padre y todos en él recordaremos nuestro hogar.
Publicado por Josami, el 11/11/2008.